Vivimos en un mundo bastante peligroso. Hoy en día más allá de salir a compartir con nuestros familiares y amigos, cada quien tiene su propio mundo. Hoy la tecnología nos distrae, nos aísla para poder llevarnos a nuestro propio mundo, que nos consume de tal manera que ya no hay mucho de ese contacto persona a persona.
Por ejemplo, pregúntate cuándo fue la última vez que saliste con tus amigos y tuviste una conversación seria y profunda. No sabemos cuántas personas hoy sufren en silencio y no tienen la oportunidad de decírselo a nadie porque precisamente cada persona está viviendo en su mundo
Las cicatrices sin las marcas de las heridas, cortes o cirugías que quedan como muestra de que efectivamente pasó algo en esa parte de tu cuerpo. Todos tenemos cicatrices, todos nos hemos hecho algo. A pesar de eso, nos da pena mostrarlas, enseñarlas delante de la gente.
El problema no es que te dé pena mostrar la cicatriz, sino recordar lo que la causó. Las cicatrices no son sinónimo de dolor, sino de sanidad. Son la señal de que algo pasó pero ya no está, ya cicatrizó y no duele más.
Estoy hablando de las cicatrices físicas, pero quiero hablarte de tus cicatrices emocionales. No debes avergonzarte de ellas, ¡muéstralas! Porque tus cicatrices emocionales son el camino hacia la sanidad de muchas personas más. No digo que te sientas orgulloso de tu pasado, pero no debería darte pena reconocer de dónde Dios te sacó y darle la gloria a Él por lo que hizo en ti para que seas quien eres hoy. Las cicatrices son el testimonio visible de lo que Dios ha hecho en tu vida.
Hay veces que es mejor exponer nuestra herida para que sane más rápido. Es como cuando nos hacemos un raspón y debemos cubrirlo para evitar que se infecte o que nos lastimemos más. Dios es bueno y justo, y Él que es nuestro sanador nos puede sanar aún de las heridas más profundas.
A mí me parece que a la Iglesia de este siglo le hace falta empatía o tal vez es a la generación de hoy. Hoy no se entiende a los que quieren hablar de lo que están sintiendo, de sus sentimientos o de su testimonio, de lo que el Señor está haciendo en ellos. Somos expertos en contar números pero muy malos en resolver necesidades.
Debemos enorgullecernos no de nuestro pasado, pero sí de cómo Dios transformó nuestro pasado. Sentirnos orgullosos no de lo que hicimos sino de lo que hoy somos gracias a lo que Dios ha hecho en nosotros.
Lucas 24:36-40 (NTV)
“36Entonces, justo mientras contaban la historia, de pronto Jesús mismo apareció de pie en medio de ellos. «La paz sea con ustedes», les dijo. 37 Pero todos quedaron asustados y temerosos; ¡pensaban que veían un fantasma! 38«¿Por qué están asustados? —les preguntó—. ¿Por qué tienen el corazón lleno de dudas? 39Miren mis manos. Miren mis pies. Pueden ver que de veras soy yo. Tóquenme y asegúrense de que no soy un fantasma, pues los fantasmas no tienen cuerpo, como ven que yo tengo». 40Mientras hablaba, él les mostró sus manos y sus pies”.
Jesús mostró sus cicatrices a sus discípulos sin pena alguna. Fue la única manera en la que sus discípulos podían reconocerle, porque todos ellos conocían su historia y sabían que Él había sido crucificado. La Biblia nos enseña que el único que tendrá cicatrices en el cielo es Jesús. Es Él quien nos enseñó que donde hubo dolor, solo queda el testimonio.
Tus cicatrices son la señal no de tu dolor, sino de tu testimonio, del poder de Dios en ti, de que efectivamente algo pasó en el pasado pero que algo aun mayor ocurrió en tu presente y es la restauración de Dios en tu vida. ¡Expón tus cicatrices!
Si a Jesús no le dio pena mostrar tus cicatrices, mucho menos a nosotros. No convirtamos a la Iglesia en una fiesta de disfraces, donde todos vienen usando una fachada pero por dentro están llenos de cicatrices que no han sido enseñadas por vergüenza y dolor.
Es mucho mejor tener una fachada común y corriente con un corazón limpio y justo, que tratar de cubrir un corazón herido con una corbata y una Biblia debajo del brazo. La fachada externa a la larga no importa mucho, lo que en verdad importa es tu corazón y cómo este está.
Si tú no eres capaz de reflejar por fuera lo que estás viviendo por dentro fracasaste como cristiano, porque un cristiano jamás se avergüenza de sus cicatrices pues el que lo hace, se avergüenza también de lo que Cristo hizo por él.
Está bien no estar bien. ¿Cómo sería una Iglesia llena de personas que deciden mostrar sus cicatrices y reflejar sus imperfecciones? No hablo de permisividad ni de libertinaje. Recuerda que el poder de Dios se perfecciona en tu debilidad y si tú no reflejas tu debilidad, ¿cómo permitirás que Dios se perfeccione en ti?
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